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Sentí que me
llamaba tu silencio,
y todo, alrededor,
se evaporaba
Estábamos tú y yo,
y, alrededor,
espacio, espacio en
blanco, plena nada,
medida con la vara
del deseo,
contado con los pies
de la esperanza.
Me puse a caminar,
con pie ligero,
a varios infinitos
por zancada,
“¡espera,
tortuguita, ya te alcanzo!”,
mientras tú
navegabas tu ventaja.
Muy pronto… (¿fue
muy pronto, o era tarde?
No sé, porque el
reloj perdió sus marcas):
con tiempo te
alcancé hasta la mitad
de la distancia de
nuestra distancia.
Y tú allí lejos,
sin embargo, tú,
mi complemento allí,
tú, en lontananza…
Entonces empecé a
alcanzar la idea,
caí en la cuenta,
entonces, de que estabas
allí donde jamás
te alcanzaría
de que la cuenta
nunca se acababa
Y comprendí, los
dos ahí comprendimos
que ya, por mucho
que yo te abrazara,
nunca estaríamos
juntos siendo cuerpos,
siempre un abismo
entre dos pieles pasa.
¡Quizá si entre
nosotros dos hubiera
más cosas, con su
vértices y caras,
en las que irse
apoyando hasta tenernos
y hacer presente la
pasión lejana!
Pero tú y yo, mi
tortu, solo somos
una cruel paradoja
zenoniana!
¿Te has imaginado
alguna vez metido en una máquina reductora, que te va
empequeñeciendo continuamente? ¿Sientes cómo, en la caída, la
mesa se convierte en un gran templo, las motas de polvo en moles
gigantes, los átomos en planetas…? ¿Dónde termina esa caída?,
¿hay dos cuerpos que puedan realmente tocarse, abrazarse sin
intermediarios?
Unos de los
argumentos más chocantes de la historia del pensamiento son los que
planteó, hace unos dos mil quinientos años, Zenón de Elea, para
probar que es imposible el movimiento. En su famoso supuesto de una
carrera entre Aquiles y la Tortuga, el héroe de los pies ligeros
deja una pequeña ventaja al animal de la impenetrable espalda, y ya
nunca logra alcanzarla, pues cuando llega a donde ella estuvo en el
momento del pistoletazo de salida, aquella ya se ha desplazado hasta
otro punto, y cuando Aquiles vuelve a alcanzar este punto, la tortuga
ya no está allí…
¡Sí, ya sabemos que el movimiento se demuestra
andando!, pero ¿es lógico? La cuestión es: ¿es el espacio
infinitamente divisible, es decir, hay siempre, entre dos puntos
cualesquiera, otros puntos? Si es así, cuando nos movemos ocurren
absurdos como que recorremos infinitos de ellos, y que recorremos los
mismos puntos ya nos desplacemos un centímetro o un kilómetro, pues
todos los infinitos (dentro de los números reales) tienen el mismo
cardinal.
Si suponemos, en cambio, que el espacio no es infinitamente
divisible sino que está hecho de puntos últimos, estos tienen que
tener una extensión totalmente nula (si no, se los podría partir),
y entre ellos tiene que haber nada. Pero ¿cómo una suma de puntos
nulos, separados por la nada, puede dar lugar al espacio? ¿Qué es
el espacio? ¿Y si no existe y es solo una ficción, un sueño?
Por supuesto, se han
dado muchas pretendidas soluciones a esta paradoja: quizá el espacio
no está hecho de puntos (¿de qué, entonces?), quizá hay que
distinguir entre que se pueda dividir y que de hecho ya estén ahí
todas las divisiones (pero ¿en qué se apoya esa posibilidad,
entonces?), o quizá, como dicen los matemáticos, una suma de
infinitos números da un número finito (por ejemplo, ½ + ¼ + 1/8
+… suma 1) (pero ¿un qué?). Ya el simple hecho de que una y otra
vez se aporte una nueva solución, ninguna de las cuales convence a
todos, induce a pensar que ahí se encierra algo profundo, ¿no
crees?
Guión: Juan Antonio Negrete. Voces: Chus García y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original y dirección: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.
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