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A. – Oye, ¿has
oído el nombre de este programa?
B..- Sí. Diáloalgo
en no sé qué cabe.
A. - ¿Dialoqué?
B. - Diá-lo-go
A. - ¿Y eso qué
es?
B. - ¿Y tú me lo
preguntas?
A.- Sí, ¿por qué?
B.- Porque creo que
es lo que hacemos ahora.
A.- ¿Qué?
B.- Pues hacernos
preguntas e intentar contestarlas juntos.
A.- O sea, hablar.
B.- Sí, pero de una
forma especial.
A.- ¿Cómo?
B.- Pues así, como
tú y yo ahora. Qué en lugar de hablar para contar algo, o para
organizar una fiesta, o para confesarnos las penas, o para jugar...
pues...
A. (Impaciente)
¿Qué?
B. Hablamos para
saber lo que no sabemos.
A. Para aprender.
B. Sí, para
aprender.
A. Decía no se
quién que es así como hablan los filósofos.
B.- No todos. Los
filósofos también dialogan acerca de cómo deben hablar.
A.- O sea que...
B.- Es raro, sí. El
diálogo está en todas partes, porque es... como pensar.
A.- ¿Pensar? ¿Y
qué es pensar?
B.- Pues, no sé.
¿Como hablar con uno mismo?
A.- Como hablar con
el hombre que siempre va conmigo, decía un poeta.
B.- Sí, pero con
alguien que no te de voces como un loco.
A.- Ni órdenes como
un dios o un tirano.
B.- Eso es: alguien
que esté contigo de igual a igual.
A.- Es curioso.
B.- ¿Qué?
A.- Según parece,
eso del diálogo se puso de moda justo cuando los hombres empezaron a
pasar de los dioses y los mitos.
B.- Sí. Hablar con
ellos mismos, y no escuchar voces de dioses, viene a ser lo mismo que
pensar y conocer por ellos mismos, y no conformarse con escuchar
mitos.
A.- Oye. Se me
ocurre que nuestra vida debería ser como... ¡Un gran diálogo!
B.- ¿Y cómo sería
eso, poeta?
A.- Siempre inquieta
y afanosa. Siempre de camino a otra cosa. Como si el horizonte nunca
se pudiera acabar.
B.- Ni las ganas de
llegar a puerto.
A.- Ni lo uno ni lo
otro.
B.- Y lo uno y lo
otro. Porque cuando tienes lo uno vuelves a querer... lo otro. Una y
otra vez.
A.- Así es, y así
somos.
B.- Los dos. Uno y
otro.
A.- Sí. Porque si
fuéramos uno y uno, no seríamos dos.
B.- Jajaja. Es
verdad. Seríamos uno.
A.- Y no habría
diálogo.
B.- Ni razones, ni
amor...
A.- Ni argumentos,
ni besos...
B.- Ni programas de
radio.
A.- ¡Qué
disparate!
B.- ¡Qué pena!
[va bajando el
sonido hasta que se pierde y mezcla con la sintonía]
A.- ¿Pena? ¿No hay
pena sin su otro, la alegría?
B.- Pues yo siempre
he soñado en una alegría sin penas.
A.- ¿Y un sueño es
tu mejor argumento?
B.- No. Piensa y
responde: ¿puede haber una alegría sin penas?
A.- Si es la alegría
que se siente al recordar penas pasadas, no. Pero si es otra, creo
que sí.
B.- Esta bien. ¿Y
pena sin alegría?
A.- Mmmm. No sé.
Porque la pena siempre se acrecienta al recordar la alegría.
B.- ¿Y no pasa lo
contrario?
A.- ¿Que la alegría
se acreciente al recordar penas pasadas? No se...
Desde muy pronto,
los filósofos defendieron que el modo adecuado de buscar la verdad
era el diálogo o, como dijeron algunos, la dialéctica.
Algunos pensaron que
esto era así por ser el conocimiento una actividad necesaria y
constantemente abierta a la controversia, esto es, al examen de los
argumentos contrarios y la consecuente revisión de los propios, algo
que se aseguraba en la discusión con los demás.
El Sócrates de los
diálogos platónicos practicaba un diálogo que llamaba “mayeútico”,
que mediante preguntas sucesivas, y en un tono a veces irónico,
buscaba alumbrar en otros la certeza de la propia ignorancia y la
entrega al deseo de saber.
Más allá de una
lógica o método de conocimiento, que era como lo entendían los
filósofos clásicos, algunos pensadores modernos, como Hegel o Marx,
inspirados por el viejo Heráclito, concibieron la dialéctica como
el modo mismo en que se desarrolla la realidad o bien esa parte suya
que es la historia.
Según Hegel, de la
toma de conciencia de lo que el llama Espíritu, en diálogo consigo
mismo, depende el desenvolvimiento de todo lo real. Para Marx, la
historia de desarrolla merced al conflicto entre clases y la
superación dialéctica del mismo.
En la actualidad, el
diálogo sigue concibiéndose como un método idóneo en la
comprensión de las cuestiones más controvertidas, como son las
filosóficas, pero también como el medio más adecuado en la
resolución política de problemas sociales, e incluso personales e
interpersonales, a través de lo que se llama la filosofía práctica
o terapéutica.
Guión: Víctor Bermúdez . Actores: Jonathan González, Inma Morillo. Voces: Inma Morillo, Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blázquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.
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