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Nuestro intrépido equipo de expertos
del más allá filosófico han logrado invocar a dos espíritus, el
de Sócrates y el de un sofista, desconocido hasta hoy, llamado
Sofistófeles. El experimento se realizó en un solitario callejón
de Atenas, durante el siglo V a. C., y la energía liberada en el
proceso fue tal que todos los expertos, menos uno, perdieron la
conciencia. El que quedo, especialmente fornido, y al que llaman el
“omoplatos”, me contó luego lo que había visto y oído. Y esto
dice que fue:
Sócrates.- Ea, pues, aquí estamos
otra vez. Algún maestrillo aprendiz de brujo me ha traído acá,
desde otro lugar más dulce, y me obliga de nuevo a vagabundear por
estas queridas callejas. ¡Hola, pero si tengo un compañero de
desgracia! ¿Quién eres tú, espectro?
Sofistófeles.- Un sofista soy,
Sócrates, o eso dicen de mí.
S.- ¿Uno de mis viejos amigos, acaso?
¿Eres el venerable Protágoras? ¿El incisivo Gorgias? ¿O
acaso el feroz Trasímaco? Mi vista ya no es como era, y al
venir del reino de la Luz, me cuesta mirarte y reconocerte.
Sf.- No soy ninguno de los que dices, y
los soy todos a la vez. Allá donde purgamos nuestras penas, acusados
de ser unos sinsustancia, me han amasado como una albóndiga, para
que tenga algo de miga, y me han hecho uniendo los trozos de unos y
de otros, y añadido alguno de la novelle cousine…
S.- Ya, ya me han dicho que en esta
época sois también los amos del cotarro de lo que el vulgo llama
cultura y que ahora enseñáis en todos sitios con solo asomaros a
unas extrañas ventanas en las realmente no estáis, pero parece que
estáis.
Sf.- Sí, todo cambia para no cambiar
nunca. Ahora enseñamos a través de la televisión y otras extrañas
máquinas.
S.- ¿Que nada cambia, dices? ¿Has
cambiado tú y has dejado de ser sofista tras tantos siglos de
purgatorio?
Sf.- Aún no lo logre, Sócrates. Sigo
pensando lo que pensaba: que no hay nada de bueno ni de malo, de
cierto ni de incierto, fuera del tiempo que pasa y que todo lo
cambia, tanto en mí como en los otros hombres, en este lugar y en
tantos otros tan diferentes. Soy un relativista, sin lugar a dudas.
S.- Entonces, mantienes, como siempre,
que nada valioso existe siempre, pero que esta misma opinión tuya
merece eternamente la pena.
Sf.- Siempre es bueno atenerse a la
verdad de que nada hay verdaderamente bueno que lo sea para siempre.
S.- Veo que amáis tanto la paradoja,
como yo la ironía. Crees entonces que lo bueno y lo justo depende
siempre de lo que cada uno estime como tal, en cada época, lugar y
circunstancia.
Sf.- Así lo creo, Sócrates.
S.- Pero entonces, sabio Sofistófeles,
qué diréis, ¿que es de lo mismo, es decir de lo bueno, de lo que
tú y yo hablamos ahora, o de algo que, por ser diferente para ti y
para mí, no merece ser definido por las mismas palabras?
Sf.- Las dos cosas diré, oh Sócrates,
al mismo tiempo. Discutimos ambos de la misma cosa, lo bueno, pero
sin que sea exactamente la misma para ambos.
S.- Entonces, ¿es tan bueno lo que yo
tengo por bueno que lo que piensas tú al respecto? Si para mí es
bueno llevar esta capa raída y vivir con lo puesto, y para ti vestir
con elegancia y vivir en la opulencia, ¿diremos acaso que yo o tú
llevemos mejor vida que el otro?
Sf. De ninguna manera, Sócrates,
tan buena es tu forma de vivir como la mía.
S.- ¿Dirás entonces que mi opinión
de lo bueno y la tuya son, ambas, igualmente buenas, sin que
tengamos, ni sea posible, una idea igual de bondad?
Sf.- Eso diré. Es justo que cada uno
conciba lo justo a su manera.
S.- Luego si digo que esto que dices no
es justo, será justo que lo diga, y tu opinión será injusta, al
menos tanto como justa dices que es, pues todas lo son, según dices.
Sf.- Justamente, Sócrates, me
haces incurrir en contradicción. Pero eso solo demuestra que la
justicia y la bondad no son cuestión de razones. Veinticinco siglos
después de tus insensatos intentos, la gente ha convenido ya
definitivamente que lo justo y bueno es fruto de convenciones y
acuerdos entre todos.
S.- Debo ser entonces el mayor
retrasado mental de la historia. Pero dime, Sofistófeles. ¿Crees
que los hombres convienen en lo que es justo por serlo, o más bien
que lo es porque así lo convienen ellos?...
Las ideas éticas y políticas del
filósofo Sócrates eran casi totalmente opuestas a las de los
sofistas. Si estos creían que lo justo y lo bueno eran relativos a
cada hombre, Sócrates buscaba la definición objetiva y universal de
esos términos, en la creencia de que sin ella era imposible convivir
con los demás, o ni siquiera dirigir nuestra propia vida. Creía por
eso que las leyes, más allá de meras convenciones, tenían que ser
justas y buenas, y que precisamente esto es lo que las convertía en
herramientas útiles para la sociedad y para uno mismo.
¿Qué opinas tú? ¿Es lo justo y lo
bueno relativo a cada persona o válido universalmente para todos?
Guión: Víctor Bermúdez . Actores: Jonathan González y Víctor Bermúdez. Producción: Antonio Blazquez. Música sintonía: Bobby McFerrin. Dibujos: Marién Sauceda. Idea original para Radio 5: Víctor Bermúdez y Juan Antonio Negrete.
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